viernes, 25 de febrero de 2005

Creo que era jueves.

Creo que era jueves, sí, es posible que fuese jueves. El día siguiente era fiesta, día de Todos los Santos. Las tardes eran cada vez más cortas y aquella parecía haberlo sido más, hacía algo de frío, creo que yo llevaba puesta la rebeca azul del uniforme del colegio.

Aquella tarde me entretuve a la salida de clase con Inma Carvajal y con Charito Fresnadillo. Habíamos estado haciendo planes para el día siguiente, queríamos salir por la mañana a dar un paseo.

Cuando volví a casa del colegio mi padre ya había llegado de trabajar. Normalmente yo llegaba antes.

- Y mamá, dónde está?
- Como te tardabas, ha bajado a darte el encuentro.

Debí haber olvidado que mi madre me había dicho que llegase pronto, que quería que fuésemos a ‘La plaza[1]’ a comprar para la cena y ‘los tosantos[2]’. Lo que no había olvidado es que mi padre me había prometido que me daría dinero para comprarme un babi nuevo cuando cobrase. Me había dicho unos días antes que el 31 cobraría y era 31. No recuerdo las palabras que le dije. Me enfadé mucho cuando me dijo que no me daba dinero para tonterías, que aguantase con el que tenía, no sé cuantas más cosas. Yo no me quedé corta, le reproché su falta de responsabilidad con nosotros. Creo que le insulté porque se enfadó mucho. No llegó a ponerse violento. Creo que me envalentoné, quizás me di cuenta de que no había bebido. Aún así, allí solamente estábamos él y yo y podía haberme dado un guantazo en cualquier momento viendo como yo me había puesto. Por menos me habría ganado una paliza. Sonó el timbre del portal, era mi madre, sin despedirme de él, bajé rápidamente todos los escalones hasta el portal y allí estaba mi madre, enfadada por mi tardanza. Le conté que él no me había dado el dinero para el babi. Ella ya no se atrevía a pedírselo y en esta ocasión me había tocado a mi dar la cara. Me quiso conformar diciéndome que el que tenía no me quedaba tan pequeño y me animó con ir a la Plaza a ver cómo habían adornado los puestos[3].

Cuando regresamos debían ser cerca de las nueve de la noche. Mi padre le había dicho a mi madre que tendría la mesa puesta para la cena cuando llegásemos. Por debajo de la puerta se veía un resquicio de luz. Mi madre metió la llave en la cerradura pero no pudo abrir. Volvió a insistir pero fue imposible, la llave abría pero el cerrojo estaba echado y solamente se podía abrir desde dentro. Llamó al timbre de la puerta. Mi padre no abría. Volvimos a insistir llamando con los nudillos. Mi padre no abría. Comenzó a llamarlo.

- Carlos, Carlos, abre.
- Papá, papá...

Después de un buen rato esperando... comenzamos a ponernos nerviosas, dentro no se oía ningún ruido, se veía luz por las ventanas y debajo de la puerta; mi madre subió por las escaleras de madera que llevan a la azotea, abrió la puerta y corrió a asomarse a la barandilla del patio al que da la ventana del cuarto de baño. Había luz en el cuarto de baño, la única hoja de la ventana estaba entreabierta y se veía el brazo de mi padre apoyado sobre el lavabo y la cabeza dejada caer encima. Mi madre comenzó a gritar llamándolo

–Carlos, Carlos!!!!
–Papá, papá ¡!!!!

No se movía.

Corrimos de nuevo escaleras abajo para intentar abrir la puerta, ahora mucho más nerviosas. Juan, volvía a su casa de trabajar y desde la escalera nos estaba viendo en el rellano dando golpes a la puerta.

–Qué pasa, qué pasa?
–Es Carlos, está dentro y no abre
–Y la llave?
–Está echado un cerrojo que sólo se abre por dentro. No puedo abrir.

En ese momento también llegó mi hermano Carlos, venía de Bellas Artes, subió la escalera corriendo al oír los gritos. Entre Carlos y Juan, tiraron la puerta abajo. Los cuatro corrimos por el pasillo hasta llegar al cuarto de baño. En cuanto le vimos creo que todos supimos que estaba muerto. Nadie gritó. Mi madre gemía diciendo no recuerdo qué, actuaba rápido, no sé qué hacia pero lo que hacía lo hacía rápido.

–Ven conmigo –me dijo Carlos. Salimos los dos corriendo escaleras abajo y luego calle abajo
–A dónde vamos?
–A buscar un médico.

Calle arriba venía mi tía Emilia agarrada como siempre del brazo de mi tío Santiago, se asustaron al vernos correr de aquella manera y casi al paso le dije que se subiera a casa, que mi padre estaba muerto. Llegamos sin aliento al Ambulatorio. Cuando nos vieron llegar salieron a nuestro encuentro dos personas para calmarnos. Carlos gritaba preguntando por un médico. Nos preguntaron para qué, y él contestó que quería un médico, que su padre estaba muerto. La respuesta fue que si estaba muerto, para qué queríamos un médico. Éramos dos chiquillos, él tenía 18 años y yo 13 y el celador aquél era un hombre mayor, creo que no supimos responderle. Luego nos dijo que el médico había salido a una urgencia, que le diésemos los datos que ya iría. Carlos dio los datos, los miró con desprecio y me dijo otra vez, venga... vamos, y volvimos a salir corriendo. Esta vez le perdí, él corría más que yo y le perdí. Me fui a casa. A mi padre le habían puesto sobre la cama. Estaba inmóvil, blanco. Al momento llegó el médico de toda la vida de la familia de mi madre, D. Eduardo. Y al ratito, llegó Carlos con el médico de cabecera, D. Adolfo. A por ellos dos había ido después de lo que pasó en el Ambulatorio. En unos minutos también llegó el médico del Ambulatorio. Los tres vieron a mi padre un instante y estuvieron hablando un momento. El primero en marcharse fue el del ambulatorio, luego se marchó D. Eduardo dando el pésame a mi madre y finalmente D. Adolfo le dijo a mi madre que mi padre había muerto de un infarto de miocardio.

Desde aquél día todo en nuestras vidas cambió. Pasaron muchas cosas. Algo que pasó ese día y que yo jamás logré explicarme fue por qué estaba echado el cerrojo de la puerta. Ese cerrojo solamente lo echaba mi madre cuando se iba a dormir y estábamos todos ya en casa, nunca antes. Mi padre, nunca. Tampoco pude explicarme las reacciones que tuvo Carlos después de aquello. Siempre pensé que él ocultaba cosas que sabía.

Al paso de los años, en las pocas ocasiones en las que he hablado con mi madre y con mi hermano José Luis y hemos puesto en común nuestras dudas, hemos llegado muchas veces a la conclusión de que realmente pasó lo que nosotros creímos que había pasado y no lo que los médicos acordaron y nos dijeron.

Tardé muchos años en llorar a mi padre, cuando le lloré creo que fue de rabia. Me sentía en cierto modo orgullosa de haber prescindido de él y por no haberle llorado habiendo cumplido lo que Carlos nos pidió a José Luis y a mí en el portal de casa aquella noche –Que mamá no os vea llorar, entendido? Entendido?- nunca he llorado su ausencia.

La última persona con la que habló fue conmigo. Nuestra última conversación fue una discusión llena de reproches.

No me dio tiempo ni ocasión de conocerle, al menos creo que fue insuficiente. Muchas cosas se truncaron y otras se resolvieron de golpe.

Han pasado ya más de treinta años. Si alguna vez lloro recordando lo que pasó, nunca lo hago por él sino por mis hermanos y por mí. Si alguna vez le recuerdo, termino sonriendo hacia adentro con algo de satisfacción por lo que soy a pesar de él.

Y cuando sueño con él, siempre es una situación en la que repentinamente se presenta en casa y ya no tiene sitio en nuestras vidas, viene como de haber estado en otro país, con otras gentes y llega cansado. En mis sueños yo vuelvo a los reproches de aquél día y a una batería de preguntas sin respuestas hasta que me despierto. Cuando vuelvo al mundo real, respiro.

Marga.

[1] La Plaza es como se llama en mi ciudad al mercado de abastos.
[2] El día 31 de Octubre, víspera de la festividad de ‘Todos los Santos’ se acostumbra comprar en en mi ciudad frutos secos de otoño (nueces, castañas, almendras), a esos frutos, en esa fecha, se le llama ‘los tosantos’.
[3] El día 31 de Octubre se adornan los puestos del Mercado de Abastos, hacen concursos, dan premios. Para los adornos utilizan los mismos productos que venden, hacían cosas muy simpáticas (partidos de fútbol con pescados, conejos vestidos...)

No hay comentarios: